Aguas en el Antropoceno: La tierra purpúrea de W. H. Hudson

Aguas en el Antropoceno: La tierra purpúrea de W. H. Hudson

En el presente artículo se propone un análisis de la novela The Purple Land (La tierra purpúrea) de William Henry Hudson desde una perspectiva relacionada al llamado “giro espacial” en las Humanidades, haciendo especial énfasis en el agua y las distintas maneras en que se manifiesta a lo largo del relato. De familia de ascendencia norteamericana e irlandesa, el autor nace en el partido de Quilmes (Buenos Aires, Argentina) en 1841. Sin embargo, su vida como escritor comienza en Inglaterra, cuando emigra en mayo 1874, según indica su diario de viaje. En ese momento ya comienza a escribir The Purple Land, aunque recién se publicaría por primera vez en el año 1885 (Cotelo 12). Para Hudson la naturaleza representaba “el último y peligroso refugio de la autenticidad” así como una forma de vida que “atraía a la gente hacia viejas costumbres, costumbres humanas, costumbres naturales” (Franco 16), mientras que la ciudad era símbolo de alienación. De esta manera, su obra siempre tuvo como eje a la naturaleza, ya sea como narrador, viajero, naturista u ornitólogo.

El contexto histórico en el cual se desarrolla la acción de La tierra purpúrea se sitúa luego de la Guerra Grande, período marcado por los conflictos que tuvieron lugar en el proceso de construcción del Estado en el Río de la Plata y Brasil, al mismo tiempo que tenía lugar la expansión del capitalismo en Europa, manifestándose por medio de las intervenciones en la región de Francia y Gran Bretaña (Frega 75-76). Cuando el protagonista, Richard Lamb, desembarca en Montevideo, le es revelada al lector una ciudad que acababa de atravesar un sitio que se inició en febrero de 1843 a manos del Ejército unido de vanguardia de la Confederación Argentina, bajo las órdenes de Manuel Oribe y que se prolongó casi nueve años, hasta el 8 de octubre de 1851. Según el estudio realizado por Ruben Cotelo, las aventuras de Richard Lamb tienen lugar en el año 1860, donde todavía sobrevivían los enfrentamientos y los malos gobiernos parecían ser moneda corriente en el país (14). Curiosamente, Hudson recurrirá al agua para elaborar una metáfora con la cual ilustrar los tiempos de violencia e incertidumbre en el que se estaba inmerso: “la última ola, con su cresta de sanguinaria espuma, arrasó el país con su inundación desoladora; ya es tiempo, por lo tanto, de que todos los hombres se preparen para el golpe de la ola siguiente” (La tierra 11).

Como marco teórico se propone un enfoque reciente para la Teoría Literaria, como lo es la convergencia entre la ecocrítica o Humanidades ambientales con los estudios del espacio, o “giro espacial” en las Humanidades. La ecocrítica refiere al estudio de las relaciones entre la literatura y el medio ambiente físico (Glotfelty 54), donde se plantean una serie de nuevos cuestionamientos, como por ejemplo de qué manera aparece representada la naturaleza en una obra literaria. Así como el género, la raza, las clases sociales o los procesos postcoloniales se han convertido en temas ineludibles para abordar los estudios literarios, los problemas relacionados con la Tierra están comenzando a despertar interés en la disciplina. Según Gotfelty, “la cultura humana está conectada al mundo físico, afectándolo y siendo afectada por él” (54), y propone una postura crítica con un pie en la literatura y otro en la tierra, una negociación entre lo humano y lo no-humano.

Negociación que hubiera tenido asidero en los planteos de los padres del paradigma moderno. Por ejemplo el propio Francis Bacon, quien sostuvo la teoría de que fuera menester “subyugar a la naturaleza, presionarla para que nos entregue sus secretos, atarla a nuestro servicio y hacerla nuestra esclava” (Boff 21). Es a partir de aquí que nace el mito del ser humano civilizador, quien, por derecho, se posiciona por encima de las cosas para hacer de ellas lo que considere conveniente en pos de la felicidad y el progreso de la humanidad. Se trataba de una concepción de mundo indiscutible, que consistía en que todo debía girar alrededor de esa idea de progreso que el desarrollo del capitalismo potenció y que daba por supuesto la existencia de dos infinitos: “el infinito de los recursos de la tierra y el infinito del futuro” (14). Pero como afirma Walter Benjamin, “jamás se da un documento de [civilización] sin que lo sea también de barbarie” (311) y tales infinitos son ilusorios. He aquí la cuestión que pone en contraste la sustentabilidad y el desarrollo. La primera refiere a la administración de los recursos para garantizar sus beneficios para las generaciones futuras, mientras que la segunda tiene como objeto el crecimiento económico que conlleva a la explotación sistemática de los recursos, de manera de asegurar al mismo tiempo más producción y consumo. Y las consecuencias de ello pueden ser irreversibles: desertación, deforestación, calentamiento de la Tierra, lluvias ácidas que afectan el bosque boreal (el más importante del sistema-Tierra), superpoblación, contaminación por vertidos tóxicos, crecimiento irrefrenable del agujero en la capa de ozono, pérdida de la capa superior del suelo, entre otras, son las consecuencias que la lógica productivista ha traído consigo. Bajo estas condiciones es que surge el concepto de Antropoceno como una manera de denominar a la nueva era geológica en la que se subsume la Tierra, que a diferencia de la era glacial o el posterior Holoceno, los cambios en el medio ambiente son antropogénicos, es decir, fruto de actividades y acciones humanas. 

La tierra purpúrea surge y se desarrolla en un período crítico de transición para el país. Según Barrán, hasta 1860 “la naturaleza dominaba al hombre” (17), era agresiva; la presencia humana era rara e infrecuente en el paisaje, y los saltos y corrientes de los ríos ”no habían sido disciplinados” (18). Sin embargo, durante el período de 1860 a 1890, el Uruguay se “modernizó”, es decir, “acompasó su evolución demográfica, tecnológica, económica, política, social y cultural a la de Europa capitalista, entrando a formar parte plenamente de su círculo de influencia directa” (218). Entre 1860 y 1868 ocurre la primera gran transformación del medio rural y es, aproximadamente, el período en que transcurre la acción en la novela de Hudson, y esa tensión entre civilización y barbarie, campo y ciudad, naturaleza y urbanización está muy latente. 

La novela de Hudson presenta una narrativa circular, es decir, comienza y termina en el mismo lugar y su recorrido es simétrico. Su género nómada y azaroso, según Borges, recuerda a la Odisea (117), que es uno de los grandes relatos marinos de la narrativa ficcional. Símbolo del exilio, de no pertenecer, de no estar en su lugar. La novela de Hudson tiene muchas similitudes con la obra de Homero, aunque si bien en este caso su odisea transcurre casi todo el tiempo por tierra, la presencia del agua a se da de distintas maneras: como una forma de delimitar el mapa de la tierra purpúrea, como un medio de navegación tanto al principio como al final del relato, como un obstáculo al que hay que atravesar, como guía para ir de un lugar a otro. Hay que tener en cuenta que en su periplo, cada vez que el protagonista realiza un desplazamiento se hace referencia a un río o a un arroyo. Del mismo modo, el agua puede ser utilizada como recurso simbólico. Al comienzo, en el momento en que Richard y su esposa Paquita huyen desde Buenos Aires a Montevideo, dado que se habían casado sin el consentimiento de los padres de ella, el narrador hace hincapié en el hecho de que “era agradable pensar que el río más ancho del mundo corría entre nosotros y aquellos que verosímilmente se sentían ofendidos por lo que habíamos hecho” (7). En otras palabras, el ancho del río era proporcional a la dicha de la pareja, aunque a los pocos días se convertirá en desdicha, el río pasaría a ser demasiado ancho dado que Paquita comienza a extrañar a su familia, a añorar su tierra y su hogar: “¡en tu corazón nunca te alejaste de Buenos Aires, ni para acompañar a tu pobre marido!” (8). El agua representa, al mismo tiempo, la vitalidad, la frescura, la pureza, así como cuando se hace mención, luego de describir el espacio desolado de la ciudad debido a tantos años de sitio, al “vasto estuario que lava los sucios pies de su reina” (9). Esta “nueva Troya”, como el narrador la denomina, donde se ha derramado tanta sangre, se ve purificada por el Río de la Plata, una referencia baptista, si se quiere, al lavado de los pecados. De la misma manera, la única batalla en la que participa Lamb empieza y termina sobre el cauce del arroyo San Paulo, como punto de abastecimiento, pero sobre todo el uso de agua para curar las heridas. El mito de purificación del agua, tiene su origen en las leyendas populares, “al agua se le atribuyen condiciones antitéticas de los males del enfermo” (Bachelard 222-223), aparece ligado al complejo de la Fuente de Juvencio. Este mito se queda de manifiesto cuando, por ejemplo, Lamb llega a Paysandú, a la estancia de la Virgen de los Desamparados y pelea a cuchillo con Blas el gigante hiriéndolo en la cara. El protagonista se asombra de que la comadrona de la estancia lavara la herida con caña en lugar de agua (La tierra 28), siendo que en realidad el alcohol tiene propiedades desinfectantes, cuestión por la cual la convierte en una cura mucho más adecuada.

Tanto lo pastoril, lo salvaje y lo apocalíptico, según los conceptos desarrollados por Greg Garrad, se ven reflejados a lo largo del relato y el espacio juega un papel determinante como recurso narrativo para Hudson, donde se destaca el modo en que son presentados los personajes a partir del lugar que habitan. Asimismo, las corrientes de agua, semejantes a venas que alimentan y promueven el desarrollo de la fauna y flora que decoran la idealización de la vida rural, el idilio bucólico, donde reina la paz y la abundancia en contraposición con la frenética, corrupta e impersonal vida urbana. La ausencia de agua también tiene su función; la aridez de los campos que rodean algunas estancias en contraste con otras, verdes y cultivadas. Resulta interesante destacar también connotaciones negativas que le adjudica el narrador al adjetivo “dry” o “seco" en repetidas ocasiones. Por ejemplo en descripciones físicas: “tenía una piel oscura y seca” (15) o de otro tipo: “sus argumentos no eran, sin embargo, los secos argumentos filosóficos de costumbre” (16). El agua también se muestra violenta y en exceso, como es el caso de las tormentas y tempestades, en donde es necesario buscar refugio o el caso del joven que se ahoga en uno de los relatos esotéricos contados alrededor de un fogón. Así como las aguas dan vida, también son capaces de quitarla.

El imaginario del pueblo oriental también hace uso del agua como ingrediente en sus construcciones. La profesora Rosalba Campra hace notar, citando a Saer, la escasa huella que ha quedado de los ríos en la imaginación popular, opacada siempre por la omnipresencia de la pampa. Aunque admite la existencia de materiales no canónicos en los que se puede rastrear esa huella, como por ejemplo las canciones (43). En La tierra purpúrea se advierte en la canción del niño Cipriano (“Oh, déjame que vaya… déjame/a donde altos, por entre los cerros,/nacen los ríos que alegran el sur/que entre los pastos del vasto desierto/en los que sacia su sed el venado,/se apuran hacia el grande y verde océano”). Otra característica podría ser la capacidad de reflejar que tiene el agua, como indica Bachelard, “el espejo de las aguas” (El agua 39),  capaz de producir una suerte de desdoblamiento, de revelación de una otredad, como aquel estanciero que ve los ojos del hombre que asesinó reflejados en el agua. 

Existe en la novela de Hudson una predilección por las aguas de los ríos por sobre el mar, de hecho, la costa oceánica representa lo más alejado, solitario e incluso olvidado del territorio de la Banda Oriental; es ahí donde se encuentra la estancia de los Peralta, dentro de un entorno salvaje, de abandono, ahí donde el tiempo parece detenido, donde vive quien supo ser uno de los generales más importantes de las filas rebeldes que, sin embargo, ha pasado al olvido incluso para sus propios enemigos. Al mismo tiempo, el río Yi tiene una especial relevancia en el relato ya que sobre sus orillas se recuesta la última esperanza para las milicias comandadas por Santa Coloma, que representa al héroe cultural en el relato, la esperanza de una existencia más justa, de poder escapar de “lo apocalíptico”, que en términos de la novela, sería derrotar al gobierno Colorado.

Finalmente, recogiendo la idea del espacio planteada por Llarena y cómo éste representa una imagen fundacional de la realidad, se podría encontrar un ejemplo en La tierra purpúrea bastante significativo. El protagonista realiza un descargo al principio y al final del relato, precisamente en el Cerro de Montevideo. Frente un mismo punto espacial, que de hecho es un lugar estratégico porque desde esa ubicación él puede contemplar a la Banda Oriental en toda su extensión, es decir, tiene el mapa de la tierra purpúrea frente a sus ojos, sin embargo la relación del protagonista con el lugar cambia radicalmente. Y es que el concepto nación, como lo definía Benedict Anderson, es una comunidad política imaginada, limitada y soberana, en la cual sus miembros nunca llegarán a conocer a la mayoría de sus compatriotas “pero en la mente de cada uno vive una imagen de comunión” (23). Es decir, que la Banda Oriental, que se delimita ante la vista de Lamb, es en realidad la proyección de una idea de comunidad, de una imagen construida sobre el espacio. Entonces, en su primera expedición al Cerro mira al espacio como “la tierra purpúrea que Inglaterra perdió”, haciendo referencia al título bajo el cuál Hudson decide publicar por primera vez la novela:

Hacia cualquier parte que me vuelva, —me dije—, veo ante mis ojos una de las más hermosas moradas que Dios hizo para el hombre: grandes llanuras sonriendo con eterna primavera, antiguos bosques, ríos rápidos y hermosos, filas de colinas azules que se alargan hasta el horizonte brumoso. Y más allá de esas hermosas laderas, ¿cuántas leguas de agradables regiones desiertas están durmiendo al sol, donde las flores silvestres desperdician su dulzura y no hay un arado que dé vuelta a la tierra fructífera […] ¿Qué hubiera llegado a ser esta tierra brillante y sin invierno, y esta ciudad que domina la entrada del río más grande del mundo? Y pensar que fue ganada por Inglaterra […] a la vieja manera sajona, con golpes duros y trepando sobre los montones de sus defensores muertos; y pensar que, después de haber sido ganada así, fue perdida (11).

Aquí Hudson ve el espacio, si se quiere, desde el paradigma de “lo salvaje” con connotaciones negativas, reflejo fiel de la barbarie. Se trata de una tierra muy fértil pero desaprovechada, campos que deberían ser trabajados, ríos “rápidos y hermosos” con un  gran potencial para la navegación. Nuevamente se hace referencia al “río más grande del mundo”, en este caso el tamaño del río es proporcional a la pérdida que significó esta tierra para Inglaterra. Hudson recurre a lo pastoril en la acepción temporal que Garrard denomina “elegía”; donde se retrotrae a un pasado con un sentido de nostalgia, una forma de añoranza de un tiempo mejor (Williams 12). En este tramo de la novela, el protagonista expone una visión sobre la oposición entre civilización y barbarie que parece estar en consonancia con la línea de pensamiento sarmientina, donde la idea de progreso estaba ceñida a los cánones de los principales centros europeos y de espaldas a la realidad hispanoamericana.

Pero tal será la desilusión cuando en el transcurso de su periplo odiseico, el protagonista llegue a una estancia habitada por ingleses y advierta “que su home no era más que un rancho de aspecto pobre con un zanjón […] en donde no crecía ninguna cosa verde” (31) distando mucho de la encantadora casita que pensaba encontrarse, “llena de agradables recuerdos de la vieja y querida Inglaterra” (ídem). Imagen que confirma lo sostenido por Barrán sobre los primeros inmigrantes que recibió Uruguay, éstos “contagiaron tanto el amor al trabajo duro a los criollos como fueron contagiados por éstos el amor al ocio y la libertad física del cuerpo” (33). Al verse sin los grilletes del viejo control social europeo, tendieron a conducirse “con la osadía de la individualidad descubierta” (ídem), y los ingleses con los que convive Lamb, viven en estado permanente de embriaguez y holgazanería. Entonces en su segundo desahogo en el Cerro, Lamb exclama: “Permítaseme, en fin, despojarme de esos viejos anteojos ingleses [...] para enterrarlos en este monte [...] allí donde pocos meses antes yo cantaba los elogios de la civilización británica, lamentando que ella solo hubiera sido implantada aquí y regada abundantemente con sangre, para ser arrancada de nuevo y arrojada al mar”. Es decir, se quita los lentes tras cuyos cristales contemplaba la imagen desde la perspectiva del conquistador, del saber europeo, que era proyectada sobre el espacio que lo rodeaba. No se puede entender la realidad latinoamericana bajo el lente europeo, así lo expresó Bolívar diciendo que “el mismo barón de Humboldt […] apenas lo haría con exactitud” (66) o Sarmiento cuando considera que ni siquiera Tocqueville, referente del pensamiento ilustrado europeo, sería capaz de entender una realidad “que no tiene antecedentes bien marcados y conocidos” (9). En este segundo descargo, lo pastoril toma una orientación idílica, siguiendo una vez más los conceptos de Garrard, es decir, celebra un presente de abundancia así como el fracaso de Inglaterra en su plan de conquista y avance de la civilización. Es una reacción, en parte romántica, contra la industrialización. El mar otra vez presente como ese lugar oscuro, solitario y alejado: Se habla de “arrancar y arrojar al mar”, en otras palabras, sacarlos de la tierra, devolverlos al mar, que es por donde vinieron (el mar como medio).Ahora bien, también se podría decir que al mismo tiempo converge con la “utopía”, es decir, el hecho de mirar hacia un futuro redimido. Lamb advierte que si esa idea de modernidad que trae consigo el proyecto civilizatorio europeo, supusiera el sacrificio de la tierra que tiene frente a sus ojos, incluso con todos sus defectos, es preferible que nunca la conozca.

Se podría interpretar, visto desde otra perspectiva, que lo que el protagonista hace es una relectura de “lo salvaje” que rodea a la Banda Oriental, cambia su postura respecto al primer desahogo, en el que aquel wilderness representaba lo bárbaro y ahora resulta algo para admirar y resguardar. El protagonista contempla el paisaje y brega por conservarlo por el simple hecho de que es bello, no ve en él un valor económico, por el beneficio que pueda otorgar a las necesidades humanas, es decir, Hudson (o Lamb), ve a la naturaleza como sujeto de derecho, muestra una relación sin medirla por el concepto de recurso.

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"Aguas en el Antropoceno: La tierra purpúrea de W. H. Hudson" por Juan Aguerre se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.

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